jueves, 30 de noviembre de 2006

Defendamos la UBA

Defendamos la UBA

En el principio del principio, según cuentan, en la Asamblea Universitaria había alterinistas de un lado y progresistas del otro.
Después, Atilio Alterini, el de la minoría profesoral y la mayoría asamblearia, fue volteado. Y se abrió paso un ¿ex alterinista?, Alfredo Buzzi, a quien los progre saludaron desde su lado.
Después, los alterinistas lo voltearon, porque el tipo les había jugado en contra. Impusieron entonces a Alberto Boveris y, poco después, a Aníbal Franco, al que los progres rechazaron el saludo.
Ahora, después de los tres después anteriores, y frente a la imposibilidad de sostener candidatura alguna, alterinistas y progres llegan a un pacto al que llaman "acuerdo” y proponen a dos kirchneristas: al ¿ex alterinista? Rubén Hallú y al ¿ex progresista? Jaime Sorín.
Todos rechazan a Franco, porque el tipo les había jugado en contra.


Ahora del ahora, la confusión está más clara.
No hay de un lado ni del otro sino un mismo lado, lodo, todos manoseados, nosotros, los ubistas, los que nos defendemos de los estudiantes, esos obcecados que impiden que los lados se unan en un abrazo institucional: alterini atilio schuster federico boveris alberto trinchero hugo anró jorge -el secretario general de apuba que mandó las patotas el 2 de mayo contra los estudiantes- y ricci daniel.


Defendamos la UBA. Pero de los que firman al pie de esa solicitada: ex candidatos de pasado procesista y burócratas sindicales, shuberoffistas viejos y jóvenes K, decanos progres y cómicos, cantantes del otrora partido y peronistas del otrora perón, despistados como siempre, agrupaciones de uno solo como Humberto Tumini, firmantes que no firmaron como la Felipe Vallese y arrepentidos.


De todos ellos –alterinistas progresistas y progresistas de Alterini- temamos lo peor.

Escritor maldito

Escritor maldito
Para consagrarse como escritor maldito ya no es necesario beberse hasta la última botellita de ajenjo, ni pasearse del brazo con una puta, ni tener como pareja a otro escritor (maldito él), ni abandonar la obra herética de juventud para hundirse en los abismos africanos en busca de oro, ni regresar a los tumbos al hostil regazo familiar. Tampoco suicidarse. Ni siquiera provocar con alguna que otra declaración al banquero, al santo padre o al mismísimo presidente de ocasión.
Antes -muchísimo antes, cuando los escritores comulgaban sus simpatías con el demonio, el sexo y los excesos-, primero se era maldito. Luego, y con suerte -los dados los echa el campo literario que configura y reconfigura las posiciones de todos los jugadores- se era escritor (maldito).
Ahora no. Basta que las empresas editoriales bauticen a uno y salgan a promocionarlo al mundo con el rótulo de tal para que la conversión sea (casi) instantánea. Así hizo Emecé, del Grupo Planeta, al lanzar -es un decir- El curandero del amor, el último libro de Washington Cucurto.
¿Qué habrá leído la división de marketing del grupo editorial para resolver la definición del "escritor maldito de la literatura argentina"? ¿El escenario marginal de "superconsti" y sus "yotibencos", la superpoblación de "tickis", peruanos y dominicanas que se trepan a la cama por unos pesos? Vaya uno a saber.
Lo cierto es que la industria editorial -concentrada y trasnacional- redescubrió el valor -el rédito- de lo maldito. Un rubro más, entre tantos otros, apto para el consumo del lector medio (¿y qué otro lector sobrevive en Argentina?). Si la pega -y una entre las decenas de miles de lanzamientos tiene que alcanzar el bolsillo de alguno-, saturarán anaqueles y mesas de saldo, en cuidadas ediciones, los malditos escritores. Vade retro.