martes, 11 de agosto de 2009

Un sol para los chicos

Un sol para los chicos

Así se llama el programa que cada año, para el Día del Niño, el grupo Clarín pone en pantalla con el objetivo de recaudar dinero destinado a colaborar con los proyectos de asistencia de UNICEF.

Durante la emisión, se difundieron varias historias de vida de chicos y jóvenes que relfejaban las bondades de estos programas. Una de ellas describía la historia de una niña indígena de la selva chaqueña que concurre a una escuela intercultural. La cámara enfoca a la joven relatando las bondades de una escuela donde también se habla su lengua materna. De fondo una casa, la suya, en condiciones de indigencia absoluta. Intercalados, distintos tipos de planos para mostrar la escuela a donde ella concurre. Paredes sin rebocar, piso de tierra, niñas y niños sin calzado, todos en la misma, la única aula.

Y el testimonio de una de las coordinadoras del organismo relatando las bondades de la iniciativa tendiente a respetar la identidad cultural de los alumnos en la escuela como un medio para... reducir la pobreza.


En muchos casos las políticas culturales operan como compensación simbolica con el fin último de disimular la desigualdad social y legitimar a los sujetos sociales que las implementan, empresas y estados sobre todo. Después de ver esas imágenes, donde la pobreza y la indigencia de esos chicos y chicas no se mencionó una sola vez, ni en el relato, ni en el piso con los conductores entrevistando a la protagonista, ¿alguien puede dudarlo?

lunes, 10 de agosto de 2009

Sin despeinarse

Sin despeinarse

Ayer por la noche, en el programa periodístico Tres poderes (América), el Mininistro de Economía Amado Boudou destacó que el gobierno argentino, contra todos los pronósticos que auguraban la cesación de pagos de los vencimientos de la deuda, había pagado dos mil quinientos millones de dólares por los Boden 2012 "sin despeinarse", queriendo graficar con esta metáfora el escaso costo que tuvo la erogación para la economía nacional. Los especuladores que tienen en su poder otros bonos de la deuda argentina, que los compraron hasta hace pocos meses a precio de remate, felices.

jueves, 6 de agosto de 2009

¿Extraño homenaje o fina ironía?

¿Extraño homenaje o fina ironía?


Vaya uno a saber cómo cayó la nota en las entrañas del Partido Comunista Argentino y en la Federación Juvenil Comunista -“la Fede”. Es que el artículo periodístico aparecido en Página/12 con motivo de la publicación de un libro celebratorio de los 70 años de “la Fede”, hace hincapié, como si fuera un mérito, en la cantidad de funcionarios y dirigentes políticos actuales que pasaron y se formaron políticamente en las filas de la expresión juvenil del PCA, y hoy están a un abismo de levantar un programa cuyo objetivo sea la revolución social.


Digamos que resaltar como un mérito de “la Fede” que Martín Sabatella, o peor, Aníbal Ibarra, el responsable político de Crogmañon, hayan formado parte de la militancia juvenil de PCA suena raro. O tal vez quien escribió la nota haya escuchado, como quien escribe estas líneas, la reflexión que un militante del PCA, especialista en educación, hizo hace pocos años: “Deberíamos preguntarnos (el PCA) por qué nuestro partido le ha dado tantos funcionarios a los diferentes gobiernos”. Y haya querido hacer un fina ironía luego de leer la bajada al título que aparece en la tapa del libro.

lunes, 3 de agosto de 2009

De los radicales K a los kirchneristas R

De los radicales K a los kirchneristas UCR

Hace pocos años Eduardo Aliverti lanzó una máxima que fue usada hasta el hartazgo por quienes veían en el kirchnerismo una suerte de gobierno centroizquierdista o progresista y llamaban a a apoyarlo. El periodista y locutor sostenía por ese entonces, y hasta hace poco, que "a la izquierda de Kirchner no hay nada". Una manera concisa de señalar que lo máximo a lo que podían aspirar los sometidos de siempre era a un gobierno como éste. No pidan más porque no hay más.

El kirchnerismo hoy ya no goza de las relativas simpatías populares que supo tener ni de las burguesas; su proyecto político está agotado y su función histórica más que cumplida. A tal punto las cosas han cambiado que el mismo periodista, quien afirmaba que no había nada a la izquierda de Kirchner, hoy le recomienda "articular un arco de alianzas amplio". La pregunta es con quién. ¿Con las alternativas a la burocracia sindical? ¿Con los movimientos sociales que rompieron con el gobierno, y podrían volver? ¿Con los que no quieren ni quisieron sacar los pies del plato? ¿Con los sectores afines al gobierno que son críticos del aparato del PJ? Nada de eso, para Aliverti ese arco amplio de alianzas debe integrar - suponemos que como actor principal ya que es el único sector que menciona- a "porciones del radicalismo", que están "asustados con lo que se viene".

Si antes era que a la izquierda de Kirchner no había nada hoy podríamos decir que al kirchnerismo no le queda nada ni nadie de "izquierda".

martes, 28 de julio de 2009

Justicia

Justicia

Los medios no mienten siempre. A veces son tan sinceros que nos evitan la tarea de un análisis de lo implícito en sus representaciones, de lo oculto y velado por las artimañas que nos permite el lenguaje. Estos casos a los que nos referimos exponen principios fundamentales de la vida social, muchos de ellos enunciados en teorías sociales de orientación crítica. Uno de esos principios dice, más o menos, que las leyes son el resultado de una puja política, de una lucha entre sectores sociales por imponer sus intereses haciéndolos pasar por los intereses de la mayorías, el resultado de una lucha en el campo del poder; algo muy alejado de la idea de contrato social impulsada por los pensadores liberales del siglo XVI y XVII.

Esto significa que muchas de las normas que rigen nuestra vida social están diseñadas, y son impuestas, para favorecer, todavía más, a los ya favorecidos. Y cuando parecen representar intereses universales su aplicación es tan discrecional y arbitraria que vuelve a beneficiar a los sectores dominantes.

Un ejemplo, brutal, de lo que venimos señalando lo retrata una nota del diario La Nación del último domingo. Allí se relata que la justicia porteña será más dura con quienes protesten cortando calles. Por supuesto los sujetos que se menciona son los piqueteros y sindicalistas –con una foto más que alusiva-, y se agrega a los ecologistas en un intento por disimular la aplicación tan discrecional de una de por sí cuestionada norma.

De los protestas y cortes apoyando a la Mesa de Enlace durante el año pasado, o de las promotoras de Radio 10 interrumpiendo el tránsito mientras reparten banderas argentinas en fechas alusivas, entre otras, ni una línea en la nota y ni un llamado de atención por parte de la fiscalía porteña.

viernes, 24 de julio de 2009

Política y teoría

Política y teoría


Después de la teoría es el título de uno de libros publicados por Terry Eagleton, prestigioso ensayista inglés que todavía, y más allá de cualquier moda intelectual, sigue reivindicándose marxista a la hora de abordar el análisis político y cultural.
Precisamente sobre "modas" trata el primer capítulo, "La política de la amnesia", donde Eagleton nos brinda un panorama del estado de las investigaciones en ciencias sociales y los desplazamientos que allí han ocurrido, sobre todo, en los objetos de estudio.
Con una fina ironía, el autor inglés nos describe el vínculo estrecho que existe entre política y teoría, entre la funcionalidad, o no, de lo que se investiga y la repoducción, o no, del sistema social.
A continuación un fragmento de este brillante capítulo, que perfectamente podía haberse escrito luego de un paseo por alguno de los institutos de investigación social argentinos.

"...¿Qué tipo de pensamiento nuevo exige esta nueva era? Para poder responder a esta pregunta debemos hacer balance de dónde nos encontramos. El estructuralismo, el marxismo, el postestructuralismo y demás corrientes han dejado de ser los temas atractivos que en otro tiempo fueron. Lo que en su lugar es atractivo es el sexo. En las orillas más inhóspitas de la academia, el interés por la filosofía francesa ha dejado paso a la fascinación por el beso francés. En algunos círculos culturales, la política de la masturbación ejerce una fascinación mucho mayor que la política de Oriente Próximo. El socialismo ha ido perdiendo terreno frente al sadomasoquismo. Entre los estudiosos de la cultura, el cuerpo es un tema que está de moda, pero, por lo común, se trata del cuerpo erótico, no del cuerpo famélico. Hay un interés entusiasta por los cuerpos copulando, pero no por los cuerpos trabajando. Los estudiantes de clase media y habla serena se amontonan obedientemente en las bibliotecas para trabajar sobre temas sensacionalistas como el vampirismo o el arte de sacarse los ojos, los cyborgs o las películas pornográficas.
Nada podía ser más comprensible. Trabajar en la literatura del látex o en las consecuencias políticas de hacerse un piercing en el ombligo significa tomarse al pie de la letra el sabio adagio de que el estudio debería ser divertido. Es un poco como escribir la tesis doctoral sobre el aroma comparativo de los whiskies de malta o sobre la fenomenología de estar tumbado en la cama todo el día. Esto produce una continuidad sin fisuras entre el intelecto y la vida cotidiana. Hay algunas ventajas en el hecho de ser capaz de escribir una tesis doctoral sin despegarse de la pantalla del televisor. En los viejos tiempos, el rock era una distracción de los estudios; ahora podría ser perfectamente lo que uno está estudiando. Las cuestiones intelectuales han dejado de ser un asunto para encerrarse en una torre de marfil y han pasado a pertenecer al mundo de los medios de comunicación y las grandes superficies comerciales, los dormitorios y los burdeles. Como tales, se reintegran en la vida cotidiana; pero corren el riesgo de perder su capacidad para someterla a crítica.

Hoy día, los carrozas que trabajan en las alusiones clásicas de Milton miran con recelo a los jóvenes turcos ensimismados con el incesto y el ciberfeminismo. Los brillantes jovencitos que redactan artículos sobre el fetichismo de los pies o la historia de la bragueta miran con desconfianza a los escuálidos y ancianos eruditos que se atreven a sostener que Jane Austen es mejor que Jeffrey Archer. Una ferviente ortodoxia deja paso a otra. Mientras que en los viejos tiempos uno podía ser expulsado de su círculo de estudiosos si no era capaz de encontrar una metonimia en Robert Herrick, hoy día podría estar considerado como un ganso incalificable por haber oído hablar siquiera alguna vez de metonimias o de Herrick.
Esta trivialización de la sexualidad resulta particularmente irónica, puesto que uno de los logros más sobresalientes de la teoría cultural ha sido el de establecer que el género y la sexualidad son objetos de estudio legítimos, así como cuestiones de relevancia política apremiante. Es sorprendente cómo durante siglos la vida intelectual se desarrolló bajo el supuesto tácito de que los seres humanos no tenían genitales. (Los intelectuales también se comportaban como si los hombres y las mujeres carecieran de estómago.
Como ya señalaba el filósofo Emmanuel Levinas respecto al concepto un tanto majestuoso de Dasein de Martin Heidegger para referirse al tipo de existencia peculiar de los seres humanos, «el Dasein no come».) Friedrich Nietzsche señaló en cierta ocasión que cada vez que alguien se refiriera con crudeza al ser humano como si fuera un vientre que tuviera dos necesidades y una cabeza que tuviera una, el amante del conocimiento debería escuchar con atención. En un anticipo histórico, la sexualidad está hoy día firmemente asentada en la vida académica como una de las piedras angulares de la cultura humana. Hemos acabado por reconocer que esa existencia humana trata al menos tanto de la imaginación y el deseo como de la verdad y la razón. Solo que la teoría cultural de la actualidad parece comportarse como un profesor solterón de mediana edad que distraídamente hubiera encontrado sexo y estuviera recuperando frenéticamente el tiempo perdido.
Otro triunfo histórico de la teoría cultural ha sido el de establecer que la cultura popular también es digna de estudio. Salvo algunas honrosas excepciones, el academicismo tradicional ha obviado durante siglos la vida cotidiana de la gente común. De hecho, era la propia vida lo que solía obviar, y no simplemente la cotidiana. Hace no mucho tiempo, en algunas universidades tradicionalistas no se podía investigar sobre autores que todavía estuvieran vivos. Esto era un gran incentivo para asestarles una cuchillada en las costillas en una noche de niebla, o una asombrosa prueba de paciencia si el novelista que uno había escogido tenía una salud de hierro y solo treinta y cinco años. Verdaderamente no se podía investigar sobre nada que uno viera a diario a su alrededor, puesto que era por definición indigno de estudio. La mayor parte de las cosas que se consideraban adecuadas para el estudio de las humanidades no eran visibles, como cortarse las uñas o Jack Nicholson, sino invisibles, como Stendhal, el concepto de soberanía o la sinuosa elegancia del concepto de mónada de Leibniz.
Hoy día se admite de manera general que la vida cotidiana es tan intrincada, insondable, oscura y en ocasiones tediosa como Wagner, y por tanto sumamente digna de ser investigada. En los viejos tiempos, la prueba de lo que valía la pena estudiar era con bastante frecuencia lo fútil, monótono y esotérico que tal materia fuera. Hoy día, en algunos círculos la clave es que se trate de algo que uno y sus amigos hagan por las tardes. Antes los alumnos escribían acríticos ensayos reverenciales sobre Flaubert; pero todo eso ha cambiado. En la actualidad escriben acríticos ensayos reverenciales sobre la serie Friends.
Aun así, el advenimiento de la sexualidad y la cultura popular como temas de estudio legítimos ha acabado con un poderoso mito. Ha contribuido a echar por tierra el dogma puritano de que una cosa es la seriedad y otra el placer. El puritano confunde el placer con la frivolidad porque confunde la seriedad con la solemnidad. El placer queda fuera del dominio del conocimiento, y por tanto es peligrosamente anárquico. Según este punto de vista, estudiar el placer sería como analizar por medios químicos el champán en lugar de bebérselo.
El puritano no entiende que el placer y la seriedad están en este sentido relacionados: que averiguar cómo la vida podría ser más agradable para más gente es un asunto serio. Tradicionalmente se conoce como discurso moral. Pero también podría llamársele discurso «político».
Y, sin embargo, el placer, una palabra en boga para la cultura contemporánea, también tiene sus límites. Averiguar cómo hacer la vida más placentera no es siempre algo placentero. Al igual que toda investigación científica, exige paciencia, disciplina y una inagotable capacidad para aburrirse. En cualquier caso, a menudo el hedonista que abraza el placer como la realidad última es simplemente un puritano en plena rebelión. Ambos están por regla general obsesionados con el sexo. Ambos identifican verdad con gravedad. El capitalismo puritano a la antigua usanza nos prohibía divertirnos, puesto que una vez que hubiéramos adquirido el gusto por la cuestión seguramente no podríamos volver a ver jamás el trabajo desde dentro.
Sigmund Freud sostenía que si no fuera por lo que él denominaba el principio de realidad, estaríamos simplemente tumbados todo el día sin hacer nada en diferentes estados de jouissance algo escandalosos. No obstante, un tipo de capitalismo consumista más ladino nos persuade de que satisfagamos nuestros sentidos y nos complazcamos con tan poca mala conciencia como sea posible. De ese modo, no solo consumiremos más bienes, sino que también identificaremos nuestra propia satisfacción con la supervivencia del sistema. Aquel que no consiga regodearse orgasmáticamente en el deliquio sensual recibirá a última hora de la noche la visita de un aterrador matón conocido como el superyó, cuyo castigo por tamaña falta de disfrute es la culpa atroz. Pero como este rufián también nos tortura por disfrutar, bien podríamos sacar algún provecho de la desventaja y disfrutar en todo caso.
De manera que en el placer no hay nada intrínsecamente subversivo. Al contrario, como reconocía Karl Marx, es un credo rigurosamente aristotélico. Al tradicional gentleman inglés le disgustaba tanto el trabajo del que no se disfrutaba que ni siquiera tenía que molestarse en expresarse de forma adecuada. De ahí que hablara arrastrando las palabras y con dificultad. Aristóteles creía que ser humano era algo en lo que uno tenía que ir mejorando mediante la práctica constante, como aprender catalán o tocar la gaita; mientras que si el gendeman inglés era virtuoso, como en ocasiones se dignaba a ser, su bondad era netamente espontánea. El esfuerzo moral era para los comerciantes y los dependientes..."