lunes, 23 de abril de 2007

Deserción Escolar: La culpa es de los paros

Deserción Escolar: La culpa es de los paros

En una de sus editoriales del día 4 de abril, el diario La Nación nuevamente arremetió contra los docentes que reclamaban mejoras salariales en diversas provincias. No es ninguna novedad que los medios masivos de comunicación se escandalicen ante la protesta de cualquier conjunto de personas organizadas. En el caso de esta editorial, la novedad radica en que se responsabiliza a los docentes de una de las problemáticas más acuciantes de nuestro sistema educativo.


El título de la editorial, “Paros docentes y deserción escolar”, sintetiza el objetivo del diario: responsabilizar a las huelgas docentes, por lo tanto a los docentes, de los altos niveles de deserción escolar que sufre el sistema educativo de nuestro país. El segundo párrafo de la nota señala que “la repetición de los conflictos actúa también como estímulo no deseado para la deserción escolar”. La nota continúa con uno de las fórmulas preferidas de la prensa para condenar cualquier protesta de los trabajadores de la educación: “los niños no tienen la culpa de esas disputas (salariales) que, ciertamente son incomprensibles para muchos de ellos”.


Vayamos por partes. Que los chicos no tienen la culpa, por supuesto, pero los maestros tampoco. Los responsables están en otro lado. No es posible continuar enseñando mientras se perciben salarios por debajo de la canasta familiar, en escuelas destruidas y sin los materiales adecuados. Y no es posible, sobre todo, si lo que se quiere es brindarles a esos chicos una educación de calidad, precisamente lo que cualquier maestro en huelga desea. Muchas veces se olvida, o no se quiere recordar, que las condiciones de trabajo de los docentes son las condiciones de aprendizaje de los alumnos. Por otro lado, plantear como argumento que las huelgas serían ilegítimas porque los chicos no comprenden las razones de las disputas, constituye una subestimación de los alumnos que sufren en sus propias familias las postergaciones de sus derechos.


La preocupación de La Nación radica en que “cada día que pasa se acrecienta la brecha entre quienes gozan del privilegio de recibir una educación sin sobresaltos y aquellos condenados a la incertidumbre permanente”. El texto parece interpelar cierto imaginario social que suele relacionar “educación sin sobresaltos” con la gestión privada y “la incertidumbre permanente” con la educación pública. Más adelante, La Nación afirma que ante los elevados niveles de deserción escolar es “el Estado el que tiene que actuar con sus recursos”. Articulando ambas apreciaciones, lo que omite mencionar el diario es que “la incertidumbre permanente” se produce, en gran parte, porque el Estado destina una buena porción de los fondos públicos a las escuelas privadas, muchas de la confesión católica que tanto defiende La Nación –ni que hablar de los sueldos que perciben seminaristas, curas y obispos-.

Sabemos que el diario como totalidad transmite un mensaje que se va construyendo con una serie de significaciones que cada noticia contiene y se sobredeterminan unas con otras. Una vez leída la editorial, en la sección Cultura aparece la cobertura de un bochazo masivo en el examen de ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata. Parecería que La Nación tiene como objetivo que el lector construya una cadena de sentido, que podríamos traducir así: los docentes paran, por lo tanto hay pocos días de clases; si hay paro los alumnos dejan la escuela, pero si hay pocos días de clase los que continúan asistiendo reciben una formación deficiente que les impide ingresar a la universidad. Los docentes pasan, de un plumazo, de ser victimas de una situación de postergación histórica a ser los únicos responsables del calamitoso estado de la educación argentina.

Pero no sólo el diario juega una función simbólico-ideológica en tanto texto conformado por distintos signos y códigos. La función del diario cobra su sentido más importante en tanto dice de cierta manera algunas cosas en un momento específico. No es un dato menor que el mismo día en que La Nación publicaba la editorial que hemos comentado, una granada de gas lacrimógeno lanzada por la policía neuquina le despedazaba la cabeza al profesor Carlos Fuentealba. A veces, la historia sola se encarga de poner blanco sobre negro respecto del papel que juegan los medios masivos de comunicación ante la protesta de los sectores populares.

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