lunes, 11 de diciembre de 2006

Ser de derecha

Ser de derecha


El viernes pasado, en la sección Universidad del diario Página/12, Horacio González, sociólogo y actual director de la Biblioteca Nacional publicó una columna de opinión -que se suma a una serie- en torno a la crisis de la UBA.
Ser de izquierda es el título. Y vuelve, como no podía ser de otro modo, previsiblemente -porque sus barroquismos, sus períodos fraseológicos más o menos novedosos, siempren aran la misma huella- a intentar algo así como elucidar lo que significa la izquierda hoy, en Argentina, y particularmente en la lucha universitaria que lleva adelante el movimiento estudiantil encabezado por la FUBA.
González se equivoca al señalar que la izquierda estudiantil "parece de derecha" porque "busca sus motivos menos en las grandes concepciones del mundo, que en los sistemas de ciudadanía internos y en los regímenes estatutarios de las universidades". Basta una simple lectura a los cuatro proyectos recientemente presentados ante el Consejo Superior para desmentir el punto. La FUBA propuso resoluciones para reclamar el aumento presupuestario, el nombramiento con salario de los docentes ad honorem, partidas presupuestarias para resolver la formidable -por su profundidad- crisis edilicia y claustro único docente.
Se podrá decir que tales proyectos nada indican sobre cuestiones "mayores" -el sentido último del pensamiento universitario y sus requiebros-, pero debe concederse que con los brazos atenazados al cuello -eso es la asfixia presupuestaria- resulta como mínimo difícil elucubrar otras cuestiones.
Los cuatro proyectos constituyen un piso. Vale aclarar que tal piso no fue aceptado por los consejistas superiores. Vale aclarar también que tal piso excede el reclamo "institucionalista" y de mayores representaciones que le adjudica -como único programa- el director de la Biblioteca.
Por eso González ya no se equivoca sino que altera tortuosamente la cuestión al señalar: "Es cierto, todos queremos reformularlos, ampliarlos, declarar el fin de los estamentos cerrados profesorales, ir hacia la remuneración universal del trabajo docente, pero no a costa de la volatilización de los claustros, de la omisión el problema de los propios lenguajes enclaustrados –deficiencia común a izquierdas y derechas–, de la desconsideración respecto de los irreductibles estilos de conocimiento y de las singularidades vocacionales".
No "es cierto". En modo alguno. El "todos" de la cita es una entidad vacía. La mayoría de los decanos de la UBA "dicen" que están dispuestos a reformular el Estatuto... pero después de haber consagrado el nuevo Rector. Es decir, sobre la base del antiguo régimen. En 2002 ya habían asumido este compromiso... y nada.
Tampoco "es cierto" que "todos" quieran reformar el claustro de profesores para convertirlo en un "claustro único", esto es, un claustro que asegure la participación igualitaria de todos los docentes de la UBA. Esto, sencillamente, rompería con un esquema en el que poco más de 600 docentes se arrogan la representación de 30 mil. Levantar la consigna de un docente un voto puede resonar hasta liberal, pero eso no habla de la limitación de sus alcances sino de la naturaleza oligárquica del gobierno universitario.
Menos acuerdo existe en torno a la necesidad de lograr la "remuneración universal del trabajo docente". Queda claro que, si existiera tal consenso, lo podrían hacer efectivo con una resolución o llevando tal exigencia a las autoridades del Ministerio de Educación. No recordamos, dicho sea de paso, una declaración pública del profesor Horacio González en favor de estos reclamos.
Pero, incluso si concediéramos que "todos" acuerdan, resultan falsas las consecuencias que, según el director de la Biblioteca, derivarían de la intervención estudiantil: volatización de claustros, el problema de los lenguajes enclaustrados... Ningún estudiante, hasta donde sabemos, propuso pulverizar claustro alguno y menos enclaustrar lenguajes. Lo que sí está enclaustrado -y la responsabilidad es de los decanos y los asambleístas- es el debate sobre la universidad y la búsqueda de una salida que volatilice la actual orientación privatizadora.
González añora otras épocas porque ahora no encuentra "corrientes universitarias de pensamiento", "creencias culturales de contornos amplios". Halla en el pasado los mejores momentos de la inquietud intelectual. Está claro. Ese pasado -imaginario- lo interpela como lector (¿y qué mejor lugar para un bibliotecario y un intelectual ubicuo?). Pero, lástima, lo que reclama su atención está en el presente. Es ahora cuando González debería expresarse sobre el nudo del conflicto: ¿avala la candidatura de los decanos alterinistas progresistas?, ¿reclama salario para todos?, ¿dice algo de los edificios que se derrumban?, ¿denuncia el ajuste de la universidad a los lineamientos del Banco Mundial?
En lugar de manifestarse por cuestiones tan prosaicas -él que se devela y enreda en una prosa martinezestradista o davidviñista-, echa vuelo a su nostalgia por todo tiempo pasado cuando había pensamiento, creencias con contornos y otras cuestiones similares y tan profundas.
El artículo se cierra con una caracterización de la izquierda de la FUBA como escisionista. ¿Y qué otra cosa cabe si no la escisión cuando se constituye el megabloque de los doce decanos alterinistas progresistas, con camarillas que manejan la universidad como si fuera un negocio privado y un espacio para la especulación no intelectual sino financiera de las grandes empresas como Techint y Monsanto?
El director de la Biblioteca teme quedar preso "de un juego de espejos devastador", cuando, en realidad, queda prisionero de su propia retórica y de su alineamiento actual con el gobierno y con las minorías que dirigen la universidad pública.
Un último desvelo: González y otros sufren por un motivo adicional. La izquierda "real" es la que, con su intervención, los refleja como jamás soñaron verse. Del otro lado del escritorio. Sí, y a la derecha. Ese espejo, está claro, produce un efecto verdaderamente devastador.

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